Semana de Malvinas día 1: Una historia de amor, de guerra y de secretos


En Portal del Beagle publicaremos una nota diaria sobre la guerra de Malvinas a 40 años del conflicto del Atlántico Sur. En esta primera entrega, les ofrecemos una historia de amor secreto en el medio de la guerra. Sucedió hace 4 décadas, pero sigue viva en algún rincón.

Tenía una nota cerrada, lista para entregar al diario y que se publicara al día siguiente -hoy, de hecho- a último momento y cuando ya estaba todo encaminado, el entrevistado me baja la nota. 11 de la noche y no tengo nada. A veces ser periodista es una mezcla extraña e inequitativa de trabajo y suerte.

Después de haber trabajado mucho durante todo el día, simplemente me había tocado la mala suerte. Pero no tuve en cuenta un factor poco valorado, podríamos decirle ¿destino?

Soy una usuaria muy activa de las redes sociales. Cuando se me cae la nota escribo en mi perfil a modo de pataleta. Al rato recibo un mensaje privado: “mirá, yo no sé si te sirve, pero tengo una historia para contarte”. No sabía, hasta ese momento, que tendría una de las mejores conversaciones de mi vida profesional.

Terminé de trabajar, cerré todo y me fui al encuentro, ¿prendo el grabador o preferís que no? Si no te distrae, por mí no hay problema, me contesta, pero cuando termines de escribir, lo borrás. Me pareció un pedido extraño, pero todavía no sabía qué me iba a contar.

Finalmente prendo el grabador, pero de a ratos nos olvidamos de que está ahí. Normalmente pienso en lo que voy a tener que desgrabar y soy muy medida, pero la historia y el clima eran tan interesantes que el trabajo que seguía ya no era tan agotador.

¿Tenés que poner mi nombre?, pregunta.

-Si no querés, no.

-Bueno, lo voy a pensar y después te digo.

1982 fue hace mucho, pero yo me acuerdo bien. Bah, supongo que todas las personas que vivían por acá se acuerdan bien, no fueron tiempos felices. Bueno, no fueron tiempos felices en general, porque para mí de alguna manera fue feliz. Durante la guerra conocí a la persona que más amé en mi vida. ¿Te imaginás?

Como si fuese soltando la historia en capítulos breves se levanta, trae la pava y el mate, se sonríe y busca una especie de mirada cómplice, yo todavía no entiendo demasiado. Me da el mate espumoso, caliente y con un yuyo que no termino de identificar, toma aire como quien toma envión y me tira otro capítulo.

Lo conocí de casualidad, mientras que estaba trabajando, si me concentro un rato creo que recuerdo hasta el olor -alza la cabeza y cierra los ojos- era de una provincia del norte y tenía un perfume único. Nos miramos y fue un momento eléctrico, creo que si alguien nos observaba de afuera hubiera visto los chispazos (se ríe con una carcajada muy fuerte).

A esta altura ya no me importa el grabador, ni el mate, ni la nota para mañana. Dejé de tomar apuntes hace un rato largo y le pido por favor que me siga contando.

Quiero que sepas que esto que te estoy contando no lo sabe nadie, jamás salió de mi boca, nunca; no sé si es que me estoy poniendo grande o que me diste lástima (se vuelve a reír).

Lógicamente no era fácil encontrarse, todo el contexto era negativo: estábamos en guerra, había toque de queda, él era un conscripto, no existían los teléfonos celulares, no había una sola cosa a nuestro favor, pero igual nos las arreglábamos. Primero fue una amistad tímida, una cosa como de complicidad, ¿viste?, pero sabíamos que no iba a quedar ahí. Éramos jóvenes.

Hacía un frío, frío de verdad ¡y todavía ni era invierno!, no como ahora que hace medio grado bajo cero y todo el mundo se queja. Nos escapábamos de noche la mayoría de las veces, una inconsciencia, nos podrían haber matado literalmente. Pero estábamos con vida, con vida intensa y con una especie de amor que no volví a tener.

Es muy tarde y la madrugada nos va ganando, pero nadie tiene sueño. No me gustan los animales, pero su mascota se me sienta al lado –como vigilante- y casi ni lo percibo. La sensación es como estar al filo del sillón, mirando el final de una película.

Una noche casi nos agarran, el susto no te puedo describir. Estábamos en un rincón apartado de la ciudad, pero todo estaba lleno de vigilancia, obvio había una guerra, así que vehículos y gente de seguridad por donde se te ocurra.

Nos habíamos rendido a la tentación (se rasca la cabeza) no, no pongas tentación, porque parece algo malo y la verdad es que de malo no tenía nada ¿o no? Mejor poné que nos rendimos a la pasión o algo así, pero que no sea muy cursi que no me gusta, exige. Y yo en este momento de la confesión accedo a cualquier cosa que me pida.

Y hubo pasión, sí, pero que yo me enamoré no me cabe la menor duda y una especie de sexto sentido o algo por el estilo me dice que a él le pasó lo mismo. Estábamos en ese rincón, sin hacer nada raro, el abrazo era el protagonista, cuando escuchamos unos pasos. Nena, no te explico, no sabíamos dónde correr. Ni respirábamos, pero de verdad, teníamos miedo de que se vea el vapor de la respiración y nos encontraran ahí. No sé qué hubiera pasado. No movíamos un músculo. Hasta que los pasos se alejaron y nos fuimos, cada quién por su lado.

Se levanta, vuelve a poner la pava al fuego, el agua no se enfrió, pero intuyo que necesita algo de espacio y quizás un poco más de tiempo. Me pregunta hasta qué hora tengo para entregar mi nota, le digo que no se preocupe, que si no llego con esto inventaré otra cosa (aunque mi cabeza no para de pensar en cómo voy a contar esta historia).

Nadie piensa que puede guardar un secreto por 40 años, ni que se lo va a largar a una desconocida un día cualquiera, pero creo que era momento de sacarlo de adentro mío. No creo que le sirva a nadie, la verdad, pero si lo quise contar quizás sea por algo.

Un día me cayó al trabajo, ¡de día! ¿entendés?, creí que me iba a morir; pero él me quería ver a toda costa (el silencio es el más largo de todos. Se acomoda en la mesa y se apoya sobre sus codos) me venía a avisar que se iba, le tocaba ir a las Islas. El miedo que tenía y yo ahí, sin poder abrazarlo y decirle que todo iba a estar bien. Y fue la última vez que lo vi (hunde la cara entre sus manos. Yo no hago el menor sonido).

Después se embarcó -empieza el siguiente capítulo sin aviso- y te voy a confesar algo (bueno, otra cosa más), nunca más supe de él, y aunque parezca increíble nunca quise. Preferí no saber si estaba vivo, muerto, casado, solo o internado en un psiquiátrico. No me preguntes por qué, ya te veo la intención, no me preguntes porque no sé ni yo.

Hice mi vida, claro, me casé, me fui, me separé, volví, me casé de nuevo -se sonríe y levanta las cejas como pidiendo disculpas- y acá estoy ahora. Tuve una vida feliz, eh, no me malinterpretes, pero ese es como un libro que dejé sin final. Aunque en el fondo creo que fue lo mejor para todos.

Fueron los dos meses más intensos, peligrosos, y llenos de amor de toda mi vida. ¿Sabés qué bien se siente poder compartirlo con alguien? (Debo reconocer que esta última confesión me alivia un poco). Nunca me olvidé y algo en el fondo de mí me dice que él tampoco nunca se olvidó.

Refriega sus manos callosas, traga saliva con dificultad, pero cuando pienso que se le va a escapar una lágrima, levanta la cabeza y me regala una sonrisa gigante, la más radiante que vi nunca.

No pongas mi nombre mejor, no pongas nada. No quiero volver a hablar de esto nunca más, ya somos suficientes personas. Además, no sé si él está casado o qué y mirá si le cae un problema tantos años después, no, no vale la pena.

Tengo que volver a mi casa, pero me da temor que se quede en esa soledad y se lo digo. Me pone la mano en el hombro, me mira a los ojos y me dice “ahora ya no hay más soledad”. Me siento involucrada en una historia vieja y corroída por el tiempo, pero que tuvo la paciencia de guardarse hasta que le pareciera oportuno.

¿Es oportuno? Me voy sin saberlo. Agradeciendo que mi entrevistado original me haya plantado y rogando poder retener tantos detalles hasta llegar a mi casa y sentarme a escribir. Al final no uso el grabador y, tal como le prometí, borré el audio. Con total sinceridad, debe haber sido de las cosas más difíciles que prometí y cumplí.

No me quiso dar el nombre de su amor, se aseguró de no darme ninguna pista y mucho menos alguna precisión, no me dio la menor chance de buscarlo. Pero me dejó un montón de otras cosas que no creo que puedan salirse de mí durante mucho tiempo.

Yo me voy con una historia y temo haber dejado más vacío que respuestas. Me agradece, le agradezco más. Le doy mi teléfono celular y aunque me asegura que nunca me va a llamar, tengo la esperanza de que algún día se decida y busquemos a ese amor esquivo, para escribir la segunda parte de esta historia. Y de su vida.

Me habló de amor, del que duele como un desgarro, del que se termina pronto, pero no se acaba nunca.

María Fernanda Rossi


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