En la cancha y con amigos


La pelota chiquita le cabía perfecta en el arco del pie. Se paraba sobre la esfera con autoridad, como quien sabe que ostenta el parche de campeón en su pecho. Como quien asume la hoja escrita en el libro de historia.

Los papelitos celestes y blancos adornaron todas las casas riograndenses cuando en 1994 le dibujó una estrella al escudo argentino. Asomó su destreza por las canchas locales para llevar al futsal a lo más alto de la pirámide. Fue pionero entre los pioneros.

Contaba con orgullo que su espíritu arraigado al río Grande pudo más y no aceptó jugar para la capital fueguina aunque le ofrecieron sueldo, casa y selección. 

En una entrevista a un medio que ya no existe, en 2007, pidió “sigamos haciendo grande este hermoso deporte y poniendo lo mejor de cada uno para seguir creciendo y proyectándonos a todo nivel, sobretodo internacionalmente. Sería un incentivo buenísimo para nuestros deportistas”.

Y se lo cumplieron. Y lo pudo ver. Y se calzó el buzo de DT para empujar a otros a recorrer ese camino de gloria que le había dado el fútbol de salón y que lo adornó de laureles hasta que imprevistamente se fue.

Se fue haciendo lo que amaba. En un encuentro que había comenzado lleno de risas, con el entusiasmo metido bien profundo en el corazón. Un corazón que no quiso hacer una última gambeta.

Alejando Navarro se fue pateando por última vez. Adentro de la cancha. Rodeado de amigos.

El Guata se quedó para siempre haciendo rodar la pelota chiquita. Adentro de la cancha. Rodeado de amigos.


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