El silencio de la tradición


Foto: Juan Dettler

El silencio de la tradición cubre la ciudad. Las personas en sus casas, fuera de cualquier normalidad conocida hasta ahora. Los talleres apagados y los motores también. Lo único que ruge en las calles es el vacío, el duelo del vacío.

Cualquiera pudiera decir que El Gran Premio de la Hermandad es nada más que un evento deportivo y que, mientras en el mundo la gente se enferma y muchos pierden la vida, que no haya una carrera no es tan importante. Pero es. 

Es importante no solo para los que cada año se trepan a sus máquinas y deciden ir a recorrer los caminos de la historia. También lo es para aquellos que repiten de cada vez las anécdotas de las hazañas del pasado. Es importante para el que vende repuestos, para el que da alojamiento, para el que ofrece comida. Es importante para las ilusiones de un conjunto que repite cada 365 días una rutina infaltable.

Una carrera única por decenas de aspectos. Por unir países, comunidades, hermanos y pueblos. Una traza que atraviesa sentimientos, ideales, un cúmulo de actividades que se han vuelto folklore. No son los kilómetros, no es la velocidad, no son los autos. El Gran Premio de la Hermandad es su gente. La identidad. La idiosincracia de lo que representa ese nombre.

El resultado, el reconocimiento, el trofeo y sus diplomas son apenas un adorno que engalana alguna estantería. El verdadero premio es todo lo que pasa mientras tanto. Los amigos, los equipos, los chulengos en el medio de la nada. Los mates y las bebidas espirituosas para calentar el cuerpo durante la espera. Apurar un cambio de cubiertas y tratar de arreglar cualquier cosa aunque los conocimientos sean limitados. 

Empujar el auto de un desconocido. Alentar a un piloto que pudo volver al camino cuando la máquina se puso arisca. Celebrar la llegada de cualquiera que alcance la bandera a cuadros.

Intercambiar anécdotas y platos típicos. Sumar amigos nuevos de cada vez. Volver aunque no se llegue al punto meta. Todas las las veces volver.

La quietud del autódromo en el centro de la estepa. Los pastos amarillos en suspenso, a la espera del paso de cualquier binomio. El silencio. Los recuerdos. La advertencia de que solo es una pausa, de que mañana será mejor y que para mañana ya falta un día menos.


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