Soy mujer, feminista e hincha de River y hace dos horas que sé que Maradona se murió. Hace dos horas que pienso en este texto, en todo lo que quiero decir, en las contradicciones, en la tristeza profunda que se palpa en el camino que transito desde la radio hasta mi casa.
La ciudad, a pocos kilómetros del fin del mundo, se detuvo. Llueve, pero de todos modos hubiera sido un día gris. Las gotas caen pesadamente, como las lágrimas silenciosas de un país impactado. Las personas en la calle se miran incrédulas. Los grupos de WhatsApp estallan. “Que no sea cierto” es el pedido más repetido.
Los mensajes se multiplican en todos los idiomas. Las anécdotas se relatan en voz alta. Diego se fue. Pero, ¿cómo se va un personaje eterno, que trasciende tiempo, espacio, países, pasiones?
Hoy, mañana y durante varios días habrá un sinfín de textos hablando del futbolista más grande todos los tiempos. Veremos especiales en los canales deportivos, escucharemos hasta el infinito el relato de Victor Hugo.
Yo no sé de qué planeta vino, pero tengo la certeza de que, mientras vivió en la Tierra, habitó en el corazón de millones de seres humanos alrededor del mundo. Hoy se terminó el siglo XX. La ruta empezó en el barrio y terminó en la cancha. Levantó una copa y ascendió almas.
Diego fue el artífice de la felicidad de un pueblo, una obligación que no pudo soltar nunca. El abrazo colectivo se hace necesario aún en tiempos de separación obligatoria y cuando tocarse parece peligroso. Rodear el cuerpo de otro para arreglar el alma. La suya y la nuestra.
No me acuerdo si había nevado mucho o como apenas tenía 8 años cualquier nevada me llegaba a la rodilla, el frío era atroz y la transmisión del Mundial era a través del único canal del pueblo. Apenas habían pasado cuatro años de la guerra y ese partido contra “los ingleses” tenía depositada toda nuestra esperanza.
Con la mano, con gambeta y con tripas. Esos goles valieron las corridas al refugio, nos devolvieron las noches largas de ventanas tapadas, abrieron las puertas del orgullo soberano.
Maradona está muerto. Una generación entera relatará sus hazañas a sus hijos y a sus hijas. A sus nietos y a sus nietas. Maradona seguirá haciendo rodar la número 5 en el campo de juego infinito. El verde estará más verde que nunca. La huella será profunda. El pie chiquito golpeará perfectamente la esfera que se acomodará en el arco de la existencia perpetua.
Alguna vez le preguntaron a Roberto Fontanarrosa qué pensaba de la vida de Maradona, y respondió: ”la verdad es que no me importa lo que Diego hizo con su vida, me importa lo que hizo con la mía”.
La pelota no se manchó y aunque ahora sentimos que nos cortaron las piernas, Diego logró con nuestras vidas lo mejor que supo: hacernos felices.
María Fernanda Rossi